Martes 14 de julio de 2015 | Publicado en edición impresa
Festival
La nueva república del chamamé
Durante tres días, la música del litoral copó la Usina del Arte y acercó el género a los porteños, que llenaron las salas para conocer y bailar con sus grandes figuras
Por Gabriel Plaza | LA NACION
Fue el encuentro de parte de la gran nación chamamecera en la Usina del Arte: músicos correntinos, misioneros y chaqueños convivieron en el barrio de La Boca y mostraron la riqueza de un género que volvió a sorprender a los porteños. Las diferentes líneas sonoras del chamamé quedaron representadas: hubo espacio para los intercambios entre el bandoneonista correntino Niní Flores (que tocará el 13 de septiembre en el Teatro Colón) y el chaqueño Coqui Ortiz o entre la ductilidad de un acordeonista como Mauro Bonamino y las figuras patriarcales del género correntino, como el poeta Julián Zini y Los de Imaguaré.
La reina del chamamé Florencia Pompert cantó y bailó para los porteños. Foto: Usina del arte
Como sucede todos los eneros en la Fiesta del Chamamé y del Mercosur, organizada por el Instituto de Cultura correntino, esta edición porteña tuvo todos los condimentos para atraer a los migrantes litoraleños, que viven lejos del pago, y a una nueva audiencia porteña adicta al género.
Los tres días del festival, con salas llenas (sobre todo el fin de semana) y una multitudinaria bailanta en la nave central de la Usina, reflejaron ese espíritu de encuentro musical de LA NACION chamamecera, nuevo lema de la edición 26 del festival, que se realizará entre el 15 y el 24 de enero próximos en Corrientes.
La noche de apertura marcó ese espacio para las reuniones espontáneas arriba y abajo del escenario. En los camarines de la Usina se produjo un encuentro cumbre: Los Hermanos Núñez, Ramón Ayala y el Chango Spasiuk volvieron a estar juntos después de separaciones y cruces discursivos. Los cortocircuitos entre Spasiuk y Ayala se hicieron públicos en el ambiente, pero las discusiones parecen zanjadas por la fidelidad a la música chamamecera. «Tenemos que hacer una ópera de chamamé», le dice uno al otro. La frase sorprende al autor de «Posadeña linda», quien responde rápido: «Tenemos que hacerlo, Ramón». «Vos ponés la poesía, el argumento y nosotros, con los Núñez, hacemos la música.» Cuando Ayala sale de la sorpresa, atina a decir: «Chango, vos sabés que admiro tu arte y te admiro como ser humano. Sé que en algún momento tuvimos alguna discusión». «Y las vamos a volver a tener en el futuro, pero eso no importa: hay que hacer una ópera porque en el chamamé eso no existe», sueña el Chango en voz alta. Todos sellan el trato de palabra con un abrazo cariñoso.
Ese espíritu de nueva fraternidad musical se reflejará después en el escenario ante la sorpresa de un auditorio que no sale del asombro por esa reunión inesperada. Primero los hermanos Ariel y Néstor Acuña -que abrieron la noche y se presentaron con un ensamble de atractivo sonido camarístico- despertaron los primeros gritos de «sapucay» y prepararon el terreno para el plato fuerte de la noche.
El Chango Spasiuk, invitado sorpresa y fuera de programa, se esconde en los camarines para aguardar el momento justo para subir al final del concierto de los hermanos Núñez. Mientras come una empanada, Ramón Ayala repasa con Marcos y Juan Núñez el popurrí de «El cosechero», «Posadeña linda» y «El señor de los campos», que después recrearán en vivo para uno de los grandes momentos del festival.
El cuadro litoraleño se completa cuando sube como sorpresa el Chango Spasiuk. El músico aparece en escena para tocar sólo dos temas con los hermanos Núñez (al final terminarán siendo cinco) y crean un ambiente de éxtasis chamamecero, donde nadie quiere irse.
Las sorpresas siguieron por el resto del festival: Juancito Güenagá, el rey de la bailantas chamameceras, firmando autógrafos a pie de escenario con chicos que podían tener la edad de sus nietos; Florencia Pompert, la cantora y actual reina del chamamé, dando cátedra de baile a los porteños; la joven Milagros Caliva sorprendiendo con su estilo en el bandoneón y haciendo un dúo con el acordeonista Antonio Tarragó Ros, que estaba sentado en la platea, y Los de Imaguaré poniendo la piel de gallina con su poesía entre aquellos que no los conocían.
Cuando los chamameceros se suben a un escenario y se sienten como si estuvieran en su casa, la música que hacen se parece mucho a la felicidad..