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El Colón cierra su temporada con el monumental “Parsifal”, a cargo de la dupla Marcelo Lombardero-Alejo Pérez
La producción marca además otro regreso, el de Marcelo Lombardero al Colón en calidad de director de escena, y el debut en la temporada lírica del director Alejo Pérez.
El elenco está encabezado por Christopher Ventris, Stephen Milling, Ryan Mc Kinny, Nadja Michael, Héctor Guedes y Hernán Iturralde, y participarán el Coro Estable preparado por Miguel Martínez, el de Niños dirigido por César Bustamante y la Orquesta Estable. Las cuatro funciones serán el viernes, el domingo 6, el miércoles 9 y el viernes 11. Dialogamos con Pérez y Lombardero:
Periodista: El tiempo en “Parsifal” adquiere siempre una dimensión diferente. ¿De qué manera abordan esta cuestión?
Alejo Pérez: Esta es una obra que exige una predisposición “horizontal” de la experiencia musical y dramática. Este estiramiento del tiempo, esta casi desfiguración absoluta de la percepción de una pulsación estable, fuerza a un nivel de concentración sobre la densidad del sonido como tal, de las características de color, peso, etcétera. Es un desafío sano, y este estiramiento también se aplica a la experiencia de la historia.
Marcelo Lombardero: Esta música es una forma narrativa musical original: funciona solamente con esta historia, es una música claramente concreta y tiene que ver con lo que está narrando y con la forma narrativa.
P.: Se habla de que Wagner lleva adelante un “teatro de ideas”
M.L.: Cuando hablamos de esta obra siempre hablamos de cómo transformar este festival sagrado para la consagración de la escena en una ópera, porque otra forma no admite el Colón. La diferencia entre Bayreuth y este teatro es clara: Wagner plantea un teatro donde el espectador está condenado a mirar el espectáculo y no hacer otra cosa, y el espectáculo está en la caja negra y somos todos iguales frente a él, porque la sala tiene esa forma democrática. En el Colón el espectáculo mayor está en la sala, no en el escenario, entonces hay que transformar este festival sacro en una ópera, que tiene los condicionamientos del espectáculo, tiene que divertir, generar cosas que un festival sagrado no. Y ahí está el gran desafío de hacer esta obra hoy, y cómo sostener durante más de cuatro horas la atención y la tensión del espectador.
P.: ¿Cómo lo plantea?
M.L.: Es la obra más complicada que me tocó poner en escena. No sé si hubiera elegido hacerla. Mi primer impulso fue decir que no, pero hay algo que es más fuerte: uno también es músico, y esta música es increíble. Y nos da la oportunidad de contar algunas cosas. Hoy no tiene sentido contar la historia como está planteada, es incomprensible hablar en esos términos de la culpa, de la mancha pecaminosa, del sexo como pecado y la pureza como algo importante: yo no creo en eso, en mi convicción agnóstica es difícil contarlo. Pero además, aunque yo fuera creyente, también sería peligroso contar desde ese lugar, planteando una conversión en escena. Por eso hemos elegido resignificar estas cuestiones, darles otro valor y una consonancia con lo que nos pasa y que el público reconozca eso como algo cercano.
P.: ¿De qué forma?
M.L.: Trabajamos pensando donde nos quedamos en la Tetralogía, y nos paramos en el lugar donde nos habríamos quedado si hubiéramos terminado, el final de “Ocaso de los dioses”. No se puede pensar esta obra escindida de la Tetralogía: Wagner se plantea, en contraposición del festival profano como es la Tetralogía, este festival sagrado, una continuación. Nuestra Tetralogía terminaba con una inmolación de verdad, en la que Brunhilda se detonaba. Contraponer ese final, en el que el fuego purificador necesario para que esa sociedad corrupta de los dioses caiga y aparezca una nueva idea, se contrapone a este final positivo que tiene “Parsifal”, un héroe que no viene a destruir nada sino a democratizar y abrir, contraponiéndose a la idea de la Hermandad del Grial de tenerlo encerrado para sí mismo y para su propio regocijo, que es la causa de lo que provoca su propia decadencia. Para nosotros, el malo no está en Klingsor, sino en quien ordena cumplir la misión, que es Titurel, que dice que hay que hacerlo aunque cause dolor, como Zizek dice que no hay forma de ser ateo si no es a través del catolicismo. Aunque hay símbolos que tienen claramente que ver con eso, tratamos de evitar una representación de algún tipo de catolicismo o cristianismo, sino, al igual que Wagner sincretiza todas estas cuestiones, plantear lo mismo.
P.: ¿Cuál es la estética elegida?
M.L.: Medieval, pero de una manera muy especial. Pensé qué había provocado el medioevo, y sobre todo este primer medioevo donde está la génesis de la obra, esos años oscuros donde no se sabe nada de lo que pasó, los primeros años de la caída del Imperio. Qué era el Imperio: en algún punto, una red de viaductos, de caminos, de transporte de mercancía, cultura. Cuando los bárbaros asuelan los caminos esa red se quiebra desde adentro. Hoy tenemos claro que la hipótesis de conflagración no va a ser, como hace años, un apocalipsis nuclear: va a ser de otra manera. Pensé qué pasaría si el imperio cae y esas redes se rompen, y ya no hay más flujo de información, de tecnología, quedaríamos cerrados, nuestro medioevo es ése: un medioevo inventado, hipotético, poco después de ahora. Y es precapitalista y carente de energía. Para nosotros el Grial es la luz, la fuente de energía. Y en contraposición de eso, el mundo fantástico y maravilloso que propone Klingsor, esta especie de Las Vegas que inventa Wagner en pleno siglo XIX, un vergel lleno de placeres y hermosas mujeres en el medio del desierto. Nuestro vergel es tecnológico: Klingsor ha conseguido dominar la tecnología y la media, y lo que viene a resolver Parsifal es esta contradicción entre realidad y virtualidad.
P.: Pérez, ¿cómo se planta frente a la partitura y la tradición postwagneriana?
A.P.: Intento recuperar a cada compositor en su propia ley, entender fuertemente qué es lo que hay previo a la escritura en la partitura. El camino del intérprete debería ser el inverso al recorrido por el compositor. Muchas veces esto implica un salto fenomenal, que es saltar primero por encima de esa tradición, sin desconocerla, pero el ejercicio y mi compromiso es con el compositor, en primer lugar. A veces eso implica desoír tradiciones mal sacralizadas: la mentada tradición proviene de las razones más banales, y uno les da una importancia y un respeto innecesarios. Sin desconocer todas esas cosas, porque a veces son un aporte, mi compromiso es con la obra. Es verdad que, sobre todo en “Parsifal”, hay una tradición fuertísima en cuanto a intérpretes y directores de orquesta particularmente, tan diversa que entre las versiones más rápidas y más lentas hay una hora de diferencia. La tradición es tan maleable porque esta percepción del tiempo es de lo más subjetivo y personal que puede haber. Como decía Lombardero, siendo una de las músicas más hermosas que Wagner haya escrito, no se sostiene sin la historia. Todo ese aporte móvil, casi líquido, de cosa efímera, hace de “Parsifal” una obra en movimiento constante. Ése es mi punto de arranque; uno combina después una paleta de fuerzas compleja, y con Lombardero somos una dupla que trabaja muy mancomunadamente. Así como él respeta la música a mí me gusta trabajar de manera acorde con un concepto dramatúrgico, que comparto. Conozco la tradición y en muchos casos la respeto, pero mi respeto mayor es por Wagner.
Fuente: Ámbito Financiero, Margarita Pollini
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La música y las voces belleza pura. Pero la puesta…. Floja.