Lunes 14 de Diciembre de 2015
Charlas de quincho
Gala presidencial en el Teatro Colón con invitados de todo rango y pelaje. La función, prevista para las 20.30, se retrasó hasta las 21.45 porque a esa hora pudieron llegar Mauricio Macri con Juliana Awada.
Antes, el elenco de funcionarios encabezado esa noche por el dueño de casa, Darío Lopérfido, se paseaba por la explanada de Libertad para las cámaras, adonde iban llegando los convidados. Además de los integrantes del nuevo gabinete, estaban Eduardo Costantini, Mirtha Legrand, Juana Viale, Marcos Gastaldi, Nacho Viale, Eduardo Amadeo, Carlos Melconian, el expresidente Fernando de la Rúa con Inés Pertiné, Susana Giménez, Gustavo Yankelevich, Chiche Gelblung, Florencia de la V, Guillermo Coppola, Adolfo Rodríguez Saá, Miguel del Sel, Iván de Pineda, empresarios como Eduardo Elsztein, el bailarín y director del Ballet Estable Maximiliano Guerra, y numerosos embajadores hasta llegar a un número superior al millar, que completaron un tercio del Colón, desde la platea a la cazuela. Poco habituales estas galas en el calendario político reciente (antiguamente se representaba una ópera completa), la del jueves fue un armado ad hoc con fragmentos musicales que no requerían ensayo: el preludio del «Parsifal» de Richard Wagner, ópera monumental que estuvo representándose en el Colón hasta el pasado viernes, y el brevísimo «Trigo» del ballet «Estancia» de Alberto Ginastera. Como el programa ha de haber resultado demasiado breve, se decidió incluir, fuera de programa y como cierre, el famoso «Vals de las flores» de «El cascanueces» de Chaicovsky (que tampoco requería ensayo, ya que sube a escena en estos días). A señalar: el calor reinante en la sala, que movió a muchas damas, empezando por la más visible Gabriela Michetti en el palco presidencial junto a Macri, a agitar sus abanicos durante casi toda la función. Raro, porque quienes asistieron al estreno de «Parsifal» se congelaron literalmente durante las cinco horas y media que dura la función por el rigor del aire acondicionado. Pero la tórrida temperatura interna de la gala (además, claro, de la espiritual) se hizo más rigurosa hacia el final (casi sin funcionarios, que prefirieron dispersarse para celebrar refrigerios más íntimos), cuando los dos pasillos que llevan al Salón Dorado se taponaron de convidados, que desesperaban por alcanzar, infructuosamente en muchos casos, los bocaditos y canapés.