Diario Perfil | Katia Kabanova – Drama sin clímax y una puesta despojada

Diario Perfil | espectáculos | Sábado 25 de septiembre de 2010
Katia Kabanova
Drama sin clímax y una puesta despojada
Por Ramiro Albino
El cuarto título de esta temporada reinaugural del Teatro Colón es la ópera Kátia Kabanová, de Leos Janácek, que tras más de cuarenta años de ausencia y por primera vez cantada en su idioma original, subió a escena el martes. Para la producción se convocó a un importante elenco internacional y al director húngaro György Rath. La orquesta y coro fueron los estables del teatro y el vestuario fue trabajo de Mini Zuccheri. Lo impactante es que Pedro Pablo García Caffi se autoconvocó como responsable de la dirección escénica, escenografía y diseño de luces, dando una suerte de innecesario examen público ante el medio musical y artístico. Esta irregularidad, más allá de su resultado, puso en jaque en ciertos sectores la imagen pública –o incluso la credibilidad– del funcionario.

Del elenco vocal debe destacarse especialmente a Andrea Dankova, que estuvo a cargo del rol protagónico, y que pese a que por momentos su caudal vocal no podía competir con una orquesta que parecía ir en su contra (haciendo lo mismo con todos los cantantes, obligándolos por momentos a perder el timbre para poder superar el escollo e intentar ser escuchados), y a Elena Zhidkova, que encarnó con notable intensidad a Bárbara (quizás la actuación más creíble del elenco). El resto de los solistas mantuvo un buen nivel vocal. De los desempeños masculinos son destacables los de Mark Duffin y David Curry (interpretando a Boris y a Vanja, respectivamente). El director fue preciso y seguro en sus ideas, pero tampoco pudo con la orquesta estable, especialmente con los metales, que no supieron, o no pudieron, seguirlo en sus intenciones. Fue muy prolijo el coro estable en sus brevísimas interpretaciones, escondido fuera de la escena.

El mayor problema fue la puesta, por ser tan intelectualizada y abstracta. La producción comienza con un corto cinematográfico, único momento anecdótico, que falla en la filiación que habría de tener con la demanda del libreto: se evidencia que la iglesia donde se filmó no es rusa y que es posterior al momento en que transcurre la acción (1860). Tras el falso preludio de una acción de alto contenido figurativo, surge un magro relato visual. Toda la escena transcurre dentro de un círculo que domina el escenario (opresivo y cerrado, como la trama, como el momento social en el que transcurre la acción). De fondo aparece, casi siempre, el Volga y un cielo que cambia lentamente, de modo casi imperceptible, lo que puede desencadenar múltiples metáforas.

El gran problema de una puesta tan despojada, aún cuando la idea fuera magnífica y llena de posibilidades, es que no logró nunca llegar a un clímax. Porque el vacío de lo escenográfico debe compensarse sí o sí con recursos actorales que ayuden a sostenerlo, y porque para eso es necesario que la marcación escénica acompañe la intensidad y el dramatismo de un texto tan denso. Al no existir esa cohesión, se evidencia un obvio divorcio que quiebra la comunicación al público y la verosimilitud del libreto.
En síntesis, una ópera que se hace difícil ante la falta de credibilidad actoral, pero que musicalmente merece ser vista.

Abstracta. La ópera de Leos Janácek carece de cohesión entre lo escenográfico y lo actoral.
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